El descrédito de los quilates

     Recordaba Agustín de Hipona a su hijo Aldeonato que las palabras hieren. Hieren las palabras el oído, hieren el alma. La herida que las palabras provocan proviene de la dificultad de pulir sus aristas, de redondear su contorno, de la imposibilidad de hallar un sentido acabado de la palabra. De ahí su posible descrédito, el descrédito de sus quilates.
     Una palabra pulida, una palabra de verdad, representaría un decir en el que no habría escisión entre lo dicho y aquello que significa: relación unívoca librada de ambigüedad, del riesgo la que todo decir nos aboca. Mas esta palabra es una palabra perdida: metáfora de la pérdida primera que todo sujeto de lenguaje sufre, y que, míticamente, podríamos ilustrar con la figura del niño que siendo infante tiene una percepción de lo real aún no mediatizada por la palabra. Pérdida constitutiva de lo humano, precio a pagar por la subjetivización que el acceso al lenguaje supone.
     Decía Lacan que la verdad no puede ser sino maldita, que sólo podemos malde- cirla, decirla a medias. Y, no obstante, distinguía entre un buen decir y un mal decir en el sujeto. Pues el buen decir estaría imbuído de una cierta ética, un decir responsable de sus dichos, que asume las palabras proferidas. Un decir que, sabiendo de la imposibilidad de atrapar la verdad, se sitúa en una posición en la que no por ello cualquier decir valga por igual.

Isabel Balza

1 comentario:

Adriana dijo...

si. mas o menos entendi... es que tengo sueño... :)