Yo no quiero asustar a nadie, por favor, son los buenos ciudadanos los que me asustan a mí.
(Francisco J. Satué)
No vengo a sincerarme,
pero soy honesto:
no quiero engañar a nadie.
Tengo por cierto
que lo que ahora voy a decir
es mentira
pero conozco una verdad
a transmitir y no puedo
usar otra cuerda más veraz
para tensar mi arco
que esta falsedad
en donde alojo mi propósito.
El cuello rígido, sin corbata,
la carga sobre los hombros,
la ropa sobre la silla, descalzo.
La más difícil de las poses,
el brazo extendido, la más artificial,
suelto la toalla, es la franqueza.
La flecha se me dispara y surca el vacío
haciendo vibrar el corazón amenazado.
No es un diagnóstico de propósitos de enmienda;
es un pronóstico de profecías autocumplidas.
No es la experiencia distorsionada por la emoción
y un arreglo que se conciba como punto de sutura
entre una idea que vuela y el hueco que deja libre;
ésa es una constricción catenaria de leso pensamiento,
resultado de exigir al vocabulario
una disciplinarización de lo posible.
Hago un calco correcto de la memoria,
que desgarra lo irreversible
para darle la vuelta como a un calcetín
en el intento de desenredar
lo que simplemente está suelto,
lo que no tiene fin.
Advierto con palabras
geometrías del silencio;
desconocimiento, o distancia.
Conjeturas,
en el alféizar inane
de una ventana ciega.
Esculpo en persecución itinerante:
nunca nadie nada niega;
nos complacemos en arengas,
reproducción iterativa
del vacío a máxima potencia.
Apariencia.
Sostengo, con dificultad,
que los miedos actúan
como perturbaciones poliédricas
de la percepción;
complicados poliedros
paradójicos
de espejos y cristales,
donde cada lado refracta
todo junto
lo que los otros lados
reflejan
por separado:
esas visiones
tan inquietantes,
tan angustiosas.
Cuyos efectos resultan tan coercitivos
que nos impiden implicarnos en las cosas.
Ni podemos reflexionar sobre ellas
(no vemos el paisaje)
ni tampoco manejarlas o cambiarlas
(están en otra parte).
Ni síntesis ni sintaxis.
Y, entre todo ello,
un esbozo colectivo
para coleccionar con esmero
como apóstrofe de ruta.
Pautas de museo,
caricatura de la agresividad.
Crispaciones, tensiones,
a menos que van der waals
rompa el recipiente.
No nos entendemos,
pero qué poco importa
cuando nos protegemos
con pausas y recintos.
El vestido, la casa, la ciudad
y los recorridos regulares.
Familia, amigos, amante
y los discursos oficiales.
Temes perder tu dominio
al cruzar un callejón oscuro,
y en el centro comercial
una cámara registra
tus pasos domesticados.
Marioneta, con máscara
e hilos rotos.
Férula soterrada
que ablandamos
con la espátula
de la lengua.
Aferrarnos a la nada
es imposible
y no es posible negarla.
Un silencio
no dice nada
aunque sus posibilidades
son ilimitadas;
tan sólo abre conjeturas,
palabras que no son nada
porque la nada no son palabras
ni tiempo
ni objetos
ni estética ni moral.
Carrera de ratas
cadena de errores
y los asuntos de siempre,
se repiten con exactitud.
¿Quién sabe qué es mejor
ni qué pábulo con sentido,
si las respuestas vienen dadas
bajo el acatamiento de lo que acontece
una vez que el devenir surca el dilema
como angosta porción de la fatalidad,
de los hechos consumados,
y del pasado sólo muestra las carencias
de un albedrío acomplejado?
Sin apoteosis
sin disfraz
sin rudimentos ni tesoros
qué poco duran los sueños despiertos
qué poco vale el sosiego de lo cierto
qué poco ampara la paz.
Solos, desnudos en cuclillas,
bajo el árbol
de la ducha, recordamos
nuestro origen de barro.
Diluyéndonos.
Saguzarra
1 comentario:
ay no entendi nada...
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