¿Qué existe en un recuerdo si lo único que permanece son fragmentos de lo mismo que se pierde? Partículas del cosmos, sombras en el cavernoma. Acaso importe. En vano hacemos de una contingencia algo duradero, es fútil pretender fijar lo volitivo de una impresión para describir la vida. Pasa el tiempo sin embargo, como un déjà vu que parpadea, y llega un día de su intermitente recorrido que en verdad amanece ─podríamos llamarlo acontecimiento─ y propicia un hontanar de preguntas abiertas. Pequeños arañazos en un mapa difuso que por momentos alcanzo a comprender.
No sin titubeos, examinando los rincones propios, con el polvo acumulado de lo que creíamos sueños, horadamos su incertidumbre para intentar distinguir los designios adheridos. Aunque la búsqueda devenga infructuosa, impelida a circundar planes ajenos, aquellos no se presentan tan lúgubres como estos. Y en todo caso, apenas el efímero punto de partida se suma al punto suspensivo como estación de paso, brinda un vago destello rompiendo el vacío del punto final.
Su eco no me sorprende, su vibración siempre estuvo ahí, en el enredado tropel de emociones, pero los poemas de antaño, con sus intrincadas palabras, adquieren otro significado. Hay un crepitar en sus lazos que ya no puedo defender, que solo forma parte de mí como una vieja obsesión de la que desprenderse. También lo que nos disgusta tiene su huella en la superficie de nuestros deseos craquelados.
Casi por reflejo, los pasos desandados toman un giro desconocido. Reloj que se quema, que nada explica ni tampoco puede indicar a donde nos llevan los puntos de fuga del otro lado del espejo. Vasos comunicantes entre mis cicatrices y una realidad alternativa a desbrozar, señales de humo a donde quiera que miro y una piel de serpiente sobre la roca. Parece que algo salvaje sale a nuestro encuentro y se deslía de la madeja como un arroyo. Entre los dedos.
No sin titubeos, examinando los rincones propios, con el polvo acumulado de lo que creíamos sueños, horadamos su incertidumbre para intentar distinguir los designios adheridos. Aunque la búsqueda devenga infructuosa, impelida a circundar planes ajenos, aquellos no se presentan tan lúgubres como estos. Y en todo caso, apenas el efímero punto de partida se suma al punto suspensivo como estación de paso, brinda un vago destello rompiendo el vacío del punto final.
Su eco no me sorprende, su vibración siempre estuvo ahí, en el enredado tropel de emociones, pero los poemas de antaño, con sus intrincadas palabras, adquieren otro significado. Hay un crepitar en sus lazos que ya no puedo defender, que solo forma parte de mí como una vieja obsesión de la que desprenderse. También lo que nos disgusta tiene su huella en la superficie de nuestros deseos craquelados.
Casi por reflejo, los pasos desandados toman un giro desconocido. Reloj que se quema, que nada explica ni tampoco puede indicar a donde nos llevan los puntos de fuga del otro lado del espejo. Vasos comunicantes entre mis cicatrices y una realidad alternativa a desbrozar, señales de humo a donde quiera que miro y una piel de serpiente sobre la roca. Parece que algo salvaje sale a nuestro encuentro y se deslía de la madeja como un arroyo. Entre los dedos.
Saguzarra
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