Orquídea y obsidiana

Dando vueltas al café, como de costumbre, me preguntabas aquello de las sutilezas y los alcanfores. Y yo, en mi papel de servilleta, contestando (tan servil papeleta es escribir poemas a Nadie como guardar sus flores). Que si las orquídeas son inaccesibles no dejan de ser hermosas, pero si se cultivan dejan de ser salvajes. Que la solidaridad es riesgo o sucedáneo, pero no sinécdoque. Y tú, tan locuaz y pragmática que eres capaz de asumir lo que te digo sin cambiar de opinión un ápice, me reprochabas mi obsidiana asintiendo con la mirada y dándome en los dientes con tus palabras. Que una cosa es la compasión y otra la caridad. Recordé o me fui inventando, por salir de aquel trago (debería haber pedido un licor con el croissant), una anécdota o un cuento, pues no nos estábamos entendiendo y quería complacerte. Lo voy a escribir de nuevo, por solidaridad con Bernardo, por compasión a María, por caridad hacia ti.

     María, devota de la Virgen de Begoña, acude todos los días desde siempre en una tradición personal suya, acude como digo, muy puntual y acicalada, a la Santa Misa de las once y treinta. A María Inmaculada no le gusta encontrarse con indigentes, cree que afean la Basílica. Nunca da limosna. Considera más adecuado echar al cepillo y que sean otras personas las que gestionen los efectos caritativos de sus virtudes teologales. En ocasiones, mientras se ciñe el cachemir al cruzar el pórtico, María Inmaculada Concepción murmura: «Desde luego, los pobres no tienen ninguna consideración».
     Bernardo, que lleva doce años viviendo en la calle entre cartones y un batiburrillo de cachivaches, tiene un fino oído agudizado por la penuria y, entre dientes, en un gesto suspicaz que difícilmente se puede distinguir si es de sonrisa o de desprecio, completa la alocución: «Es que somos unos egoístas. Nada que ver con los ricos. ¡Dónde va a parar! Todo lo contrario. Los ricos venga derrochar y derrochar, y en cambio los pobres venga pedir y pedir».

Saguzarra

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