El suelo de la paz está sembrado con las semillas de la guerra
y es singularmente propicio a su germinación y crecimiento.
(Ambrose Bierce)
En las barricadas te puedes encontrar
contenedores volcados con denuedo,
sangre, fuego, voces peladas hasta el hueso,
gritos secos que se mojan y no se van.
Esas barricadas son un sitio ideal,
atalaya de la utopía o su cadalso,
lugar común donde se entiende bien claro
cómo se fabrica mierda en la ciudad.
Me detengo (solo, señor perro) y huelo,
frutos del progreso caídos por el suelo,
latas, botellas, plásticos y tableros,
restos orgánicos recriminando el deseo.
En las barricadas merodean a veces
cuervos en busca de carne amoratada,
huesos astillados o piel rasgada,
algo fácil a lo que hincar el diente.
En las barricadas, desde parapetos
de excrementos a los que es fácil dar fuego,
cadáveres aún vivos ahítos prestos
atisban a su enemigo entre los perros.
En las barricadas de insigne basura
(es el tema) los objetos desechados
encuentran requisitos para estar a la altura
(no quiero dar más datos) de ser lanzados.
Las barricadas... Desde la balaustrada
vienen raudos expertos en retirarlas
y cómo les reconforta partirse la cara
por las barricadas, demostrar quién manda.
¡A las barricadas!, por las barricadas,
por mantener la fe, el orden, o por nada,
la cuestión es, como siempre, mear de pie,
levantar la pata (de la porra) y a correr.
Del dolor su goce, delirio de muerte
cuando golpea la turbia danza perruna,
ese pozo séptico que nos envuelve:
cállese ya de una vez, que me importuna.
Vayamos todos a las barricadas,
jóvenes héroes de uno y otro lado,
al cálido humo de nuestra morada,
¡bienvenidos al fuego cruzado!
Son derechos humanos, de eso no hay duda,
paz, justicia social, sufridos anhelos,
los sentimientos que la vida entrecruza,
ética de libertad... y también el miedo.
Resistentes coyunturales contra lacayos
de sueldo fijo con violencia gratuita,
razones vivas imposibles realistas
contra el destino liminal del estado.
En el umbral de nuestro mundo agónico
se prende el aro del circo político
donde jalean payasos mediáticos
dando más emoción al espectáculo.
Para analizar las vueltas del asunto,
gira que gira a ver si hay esperanza,
será pertinente contar antes cuántas
revoluciones se agotan por minuto.
Las barricadas son un invariable fracaso
pues acaban retiradas y, en su ocaso,
en su lugar vuelven otra vez a instalar
la tediosa conocida popular normalidad.
Ecuación de estado trazada en sólida
pizarra política con la lógica
de la guerra: mantener esta iniquidad
disparando resortes de la inocuidad.
Sacan su adminículo parlamentario
para que echemos la rabia a la basura,
el contenedor del desencanto nos sitúa
en discursos vacíos y endogámicos.
Resituados como estamos, segregados,
nos decimos terrorista mercenario
y violento inadaptado, y nos odiamos
cada cual en su papel: nuestro obituario.
Sin barricadas, la basura (¡qué ilusión!)
canta con esmero su viaje en el camión:
¡a los vertederos!, ¡a los vertederos!,
por el triunfo pulcro de la incineración.
He visto en las calles llover otra vez...
Saguzarra
(Este poema fue publicado por primera vez en la revista Kastelló, nº 79, enero de 2000. Sirva ahora como gesto solidario con las personas detenidas tras el violento asalto, desalojo y derribo del gaztetxe Kukutza III. Véase este enlace y este otro.)
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