A coeur perdu

Fue a la cocina a buscar un cuchillo y volvió a vacilar, inmóvil ante el objeto, como si le fuese necesario defender su vida. Finalmente, con un golpe violento, cortó la cuerda y deshizo el papel. Retiró el disco del cartón. Sus rodillas flaqueaban y el sudor le escocía en los ojos. Faugères muerto. Meliot muerto. ¡Y aquel disco...! Lo colocó sobre el plato del tocadiscos, bajó el brazo del mismo, se concedió un minuto de gracia, el tiempo de encender un cigarrillo, de llenarse los pulmones de humo, se esforzó en adoptar una actitud más digna, más viril. Tenía la impresión de que alguien le miraba, que alguien lo calibraba. Puso en marcha el aparato, y en pie, con las manos en los bolsillos, esperó.

Pierre Boileu & Thomas Narcejac

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