Caperucita sin miedo

Había una vez un hada muy bonita que vivía cerca del bosque. Se había comprado una capa roja para resguardarse del frío, aunque le gustaba tanto y se veía tan linda con ella que incluso se la ponía en casa sin nada más debajo solamente para mirarse en el espejo. La muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo le llamaba Caperucita Roja.
Caperucita era tan dulce y despreocupada como golosa. Un día le entró el capricho de comerse unos pasteles riquísimos que una amiga suya hacía en una pastelería al otro lado del bosque y, aunque las malas lenguas decían que cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo, decidió salir sin pensárselo dos veces. Agarró su capa roja, cogió una cesta para llenarla de pasteles y se puso en camino.
El hada tenía que atravesar el bosque para llegar a la pastelería, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas... Le gustaba adentrarse en el bosque y distraerse haciendo algún dibujo o simplemente recogiendo las manzanas maduras que viera en algún árbol.
Caminaba alegre Caperucita, cantando como un angelito del cielo, cuando de pronto vio al lobo delante de ella.
─¿A dónde va un hada tan hermosa? ─le preguntó el lobo con su voz ronca.
─A la pastelería que hay al otro lado del bosque. ¿A ti te gustan los dulces? A mí me encantan.
El lobo asintió sin decir nada. Caperucita puso su cesta de mimbre en la hierba y se entretuvo cogiendo flores, mientras ambos se observaban de reojo.
─La pastelera es amiga mía y sé que se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores ─explicó Caperucita─. ¿Tú quieres ser mi amigo?
─Te amo ─pensó el lobo para sí, dándose media vuelta, avergonzado.
─El lobo se ha ido ─pensó a su vez Caperucita─, qué pena, no me ha dado tiempo a hablar con él.
Pero Caperucita siguió demorándose en el bosque, pues vio unas jugosas manzanas en un árbol y quiso recogerlas también.
─Con esta fruta tan dulce seguro que mi amiga hace un pastel de manzana para chuparse los dedos.
Mientras tanto, el lobo se fue a la pastelería, llamó suavemente a la puerta y la pastelera le abrió pensando que era su amiga. El lobo le contó que había conocido a Caperucita en el bosque y que le había dejado tan impresionado que no había sido capaz de hablarle. A la pastelera se le ocurrió que el lobo podría darle una sorpresa a su amiga. Así que le convenció para que se pusiera un camisón azul que ella a veces usaba para dormir y vestido de esa forma el lobo se metió en la cama y cerró los ojos.
No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita llegó enseguida, toda contenta. Al ver que su amiga no estaba en la pastelería, pensó que estaría enferma; así que subió al piso de arriba donde tenía el dormitorio, se acercó a la cama y vio que su amiga estaba muy cambiada.
─Te he traído flores; pero... ¡Qué ojos tan brillantes tienes!
─Son para verte mejor ─dijo el lobo con una voz tenue, algo aturdido al comprobar que Caperucita apenas cubría su cuerpo desnudo con aquella famosa capa.
─También te traje manzanas; pero... ¡Qué manos más grandes tienes!
─Son para coger mejor esas manzanas ─siguió diciendo el lobo, mucho más confiado ante la amplia sonrisa que le dedicó su amada.
─Esas no son las manzanas, esos son mis pechos. ¿Te gustan, lobito? Ah, no me engañaste, tú eres el lobo que vive en el bosque; pero... ¡Qué bulto más grande tienes bajo las sábanas! ─suspiró feliz Caperucita.
─¡Es para follarte mejoooor! ─y, diciendo esto, el lobo enamorado se abalanzó sobre su hada y ambos comenzaron a reír. Luego hicieron el amor durante toda la noche, hasta que se quedaron dormidos. Y cuando despertaron, a la mañana siguiente, siguieron besándose y acariciándose con mucha ternura, y diciéndose cuentos bonitos como éste, sin dejar de amarse. Y fueron felices, aunque no les gustara comer perdices.

Saguzarra

1 comentario:

Adriana dijo...

:)

las perdices a que saben?