El aliento del diablo

EL USO DEL MICROSCURO EN UN CRIMEN SUBJETIVO

Escuchad con atención, antes de que comience mi relato, este pequeño cuento cínico que nos recuerda Ramón de Campoamor. Érase una vez, estando Alejandro Magno de visita al maestro Diógenes, que conversaron ambos de la siguiente manera: ─Vengo a hacerte más honrada tu vida de caracol. Di: ¿qué me pides? ─¿Yo?, nada; que no me quites el sol.

Los días acaecieron como pedradas a traición en el campanario de la vieja y desvencijada iglesia, donde muchachuelos y muchachuelas juegan a olvidar y sueñan con eternas primaveras.
La cosecha se diezmó por el inesperado granizo, y quien más y quien menos se tuvieron que conformar con la miserable paga del desescombro de la autovía estatal. Tarea que no gustaba, entre otras razones, porque años atrás varios agricultores habían dejado sus vidas bajo aquellos inevitables peñascos. Sin embargo, aún habrían de ocurrir más hechos luctuosos.
El tabernero del pueblo limpiaba los vasos envejecidos por el uso, con un sucio y raído trapo de cocina. El forastero le miraba fijamente aunque sin prestarle apenas atención, más atento en el aseo de sus botas embarradas que restregaba con las cortinas de la ventana que daba al patio del antiguo caserón. Afuera la lluvia de piedras decoloraba un paisaje ya de por sí inexpresivo.
El intruso se apoyó pesadamente en la barra. Atrás quedaban las ásperas cortinas de lona con el grueso del barro de sus botas, mientras que éstas seguían sucias y ahora, además, se adivinaban gastadas. (Por la ventana, sobre el dibujo difuminado del conjunto y aguantando los envites del pedrizo, se vislumbraba a través del cristal arañado la forma borrosa, casi inapreciable, de un árbol retorcido.) Un fétido aliento salió de su boca al pedir.
─Un vino, tú ─espetó abruptamente.
─Tendrás que esperarte.
El viejo siempre se tomaba las cosas con calma; eran ya muchos los años cuidándose de llenar todos los minutos, todas las horas, desde que bajaba a la mañana hasta que cerraba, día tras día, con el poco trabajo que le suponía aquella taberna heredada de sus suegros cuando se casó con Matilde, ¡esa chiquita! Un vino no precisaba gran esfuerzo: tenía un vaso en las manos y una botella de vidrio verde a un palmo bajo el mostrador. Lo podía servir en cualquier momento, así que mejor tomárselo con filosofía. Escupió divertido dentro del vaso que limpiaba al recapacitar que el tipejo aquel no había solicitado un vino tinto precisamente. Le miró de reojo al soltar sobre la barra el vaso que manipulaba toscamente.
─Te pongo un tinto.
No consultaba, le advertía. Tenía a mano aquella botella semivacía y le parecía pertinente que se acabase ya, así que, finalmente, se dispuso a servir.
La navaja seccionó limpiamente la yugular del anciano y por un instante pareció que la herida mortal no iba a sangrar. Su cabeza golpeó el mostrador al desplomarse el cuerpo inerte y, mientras el pobre hombre inundaba de sangre el suelo fregado a la mañana por Matilde, la perrucha me está mirando desconsolada suplicándome con un sordo gemido que deje de escribir mi relato y la saque a pasear. El funcionario vomitó asqueado.
─Lo quiero de la Ribera del Duero, so cabrón.

Saguzarra  
(Cuento publicado en Gaztegin, suplemento del diario Egin, 16 de enero de 1998; y en Kastelló, nº 66, junio de 1998.)

2 comentarios:

Miguel "Saguzarra" dijo...

De memoria:
El 16 de enero de 1988 me desperté con la voz de Félix Linares, analista cultural de Radio Euskadi, que entre otras cosas destacó este cuento entre lo publicado aquella mañana por la prensa y lo describió como «un cuento amargo con reminiscencias cinéfilas». Por supuesto, no me enteré que se refería a mi cuento hasta que tuve aquel ejemplar de Egin en mis manos. Hago mías esas acertadas palabras, aunque en retrospectiva también se podría añadir, en el sentido de la microfísica del poder foucaultiana de la que está impregnado, que tenía algo de premonitorio (cual poder onírico de anticipación) pues apenas unos meses después, el 15 de julio de 1988, Egin fue clausurado por orden judicial y el presidente de gobierno de turno adujo: «¿Creían ustedes que no nos íbamos a atrever?».
Por otro lado, mi decisión de enviar este cuento a la redacción de la revista Kastelló, en la localidad levantina del mismo nombre, me puso en contacto directo por primera vez con el que fuera su editor, Ximo Segarra "Acapu", persona excepcional y un artista del dibujo y la palabra, a cuya amistad nunca le estaré lo suficientemente agradecido.

Adriana dijo...

ouch.

impresionante.