Sí, me muestro frío y distante,
silencioso, apagado, turbio,
duro, punzante y algo sucio,
no, no es porque mi herida sangre,
sino por la acogedora vacilación
de la noche, amante sinuosa y vereda
cenicienta de los deseos gastados,
con cuyo preciso veneno
reclama por propio derecho
clavar una daga infectada
en un cuerpo que ya no sangra.
Saguzarra
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